Abro los ojos... Esta mañana nadie me despierta, no hay nadie alrededor, estoy en ''mi'' casa de Pola de Somiedo, camino por el pasillo descalzo. Ni siquiera desayuno, abro la puerta de casa y siento ese frescor de aire puro, no hay nada como ello y solamente lo respiro en Somiedo, en nigún otro lugar. Me dirijo al prado, sigo descalzo, salto la valla, piso tierra, hierba mojada aún por el rocío mañanero. Me voy agarrando de árbol en árbol para no caer y trepo. No busco un destino, busco libertad, no tengo nada conmigo, he dejado las llaves en casa, no tengo móvil, nada, nada, tan sólo estoy yo. Y me siento libre, siento que soy el único ser vivo en el mundo, aquella fuente que veo a lo lejos tiene buena pinta, llego a ella y bebo, el agua está congelada pero sale cristalina y buenísima. Soy libre de ataduras, de opiniones, de críticas, soy yo mismo revitalizado, mis heridas se curan, no las de mis pies descalzos y mis piernas ensangrentadas por las zarzas, si no las interiores, nadie puede hacerme daño, me lo merezco, me merezco ese silencio en el que tranquilamente contemplo mi alrededor y es todo naturaleza...
Han pasado tres horas, sale el sol, ese sol que tan fuerte pega en Somiedo... Por si no lo sabéis, estoy en el Camino Real, encima de la central hidroeléctrica de La Malva, y las vistas son acojonantes, increíbles, breath-taking, estoy encantado, aún recuerdo aquella mañana en la que bajaba por aquel camino de la mano de mi madre y con mi hermano pequeño y mi madre vio una especie de gancho en el suelo y justo antes de tocarlo nos percatamos de que se trataba de una víbora, así es la naturaleza, siempre sorprendente.
Voy volviendo al pueblo y el ruido vuelve, en los restaurantes los montañeros sacan sus mapas, aparcan a un lado sus enormes mochilas y gafas de sol y comen esos filetes con patatas en el bar de José Luis, mis padres llegan y todo vuelve a la normalidad pero he re-encontrado la libertad, y no sabéis que ganas tengo de volver a hacerlo otra vez.